Altar servers Joshua Lee Moreno, left, and Diego Trevino from St. Joseph Catholic Church in Alice head this procession down Lipan Street on Dec. 12, celebrating the Feast of Our Lady of Guadalupe. The event hosted by the Federation of Our Lady of Guadalupe Societies of the Diocese of Corpus Christi began at Sacred Heart Church and ended at Corpus Christi Cathedral where Bishop Michael Mulvey celebrated Mass.
Acólitos y Monaguillos Joshua Lee Moreno, a la izquierda, y Diego Trevino, de la iglesia católica St. Joseph en Alice, encabezan la procesión por la calle Lipan, en la celebración de la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe el pasado 12 de Diciembre. El evento fue organizado por la Federación de las Sociedades de Ntra. Sra. De Guadalupe de la Diócesis de Corpus Christi. Empezaron desde la Parroquia del Sagrado Corazón y terminaron en la Catedral de Corpus Christi, donde el Obispo Michael Mulvey celebró Misa.
Madelyn Calvert for South Texas Catholic
Parishes from throughout the world celebrated the Feast of Our Lady of Guadalupe from Dec. 9-12.
The Federation of Our Lady of Guadalupe Societies of the Diocese of Corpus Christi celebrated her feast day in the evening hours of Dec. 12. Father Christopher Becerra, Spiritual Director for the Federation and parochial vicar from St. Patrick, led the colorful and lively procession from Sacred Heart Church on Comanche to Corpus Christi Cathedral on Upper Broadway.
Guadalupanas and Knights of Columbus from many different parishes were represented in the procession. The Guadalupanas carried a red rose and recited the rosary, while knights and altar boys carried images of her. Matachines and Aztec dancers were interspersed throughout the procession, dancing as they processed into the cathedral.
In the cathedral the faithful placed their red roses in vases in front of her image, positioned to the right of the altar as Mañitas were sung. Bishop Michael Mulvey officiated the Mass and thanked the Federation for hosting the celebration. He said, “Our Lady of Guadalupe looks upon every human being. She came to visit those who suffer injustice and continues to visit them; she came to the poor; and those who want to be closer to Christ.”
Many parishes throughout the diocese celebrated the feast day with a procession and Mañanitas in the early morning hours. Sacred Heart in Odem processed six miles to Our Lady of Guadalupe in Edroy before their Sunday Mass on Dec. 9.
At the Basilica of St. Peter in the Vatican, Pope Francis celebrated the Mass of Our Lady of Guadalupe Wednesday, reflecting on how Mary continues to evangelize Latin America through her ubiquitous image.
As Our Lady of Guadalupe accompanied Saint Juan Diego on Tepeyac, she continues to encounter people through “an image or stamp, a candle or a medal, a rosary or a Hail Mary,” Pope Francis said in his homily Dec. 12 in St. Peter's Basilica.
Through her image, Mary “enters in a home, in a prison cell, in the ward of a hospital, in a nursing home, in a school, in a rehabilitation clinic to say: ‘Am I not here, that I am your mother?’” he continued in Spanish.
The pope’s homily centered on Mary as a “teacher of the Gospel” through her Magnificat.
“Mary teaches us that, in the art of mission and hope, so many words and programs are not necessary. Her method is very simple: she walked and sang,” Francis said.
In the school of Mary, he said, we “nourish our hearts” with the “multicultural wealth of Latin America, where we can “listen to that humble heart that beats in our villages” with “the sacredness of life.”
Here, the “sense of God and his transcendence,” as well as “respect for creation, the bonds of solidarity, and the joy of the art of living well” are preserved, he continued.
As her image traveled the continent, Our Lady of Guadalupe is “not only remembered as indigenous, Spanish, Hispanic or African-American. She is simply Latin American,” Francis said.
Our Lady of Guadalupe, patroness of the Americas and the unborn, appeared to St. Juan Diego on the Hill of Tepeyac in Mexico City in 1531, during a time of conflict between the Spanish and the indigenous peoples.
Mary took the appearance of a pregnant native woman, wore clothing in the style of the indigenous community, and spoke to Juan Diego in a native language, Nahuatl.
She asked Juan Diego to appeal to the bishop to build a church on the site of the apparition, stating she wanted a place where she could reveal to the people the compassion of her son. Initially turned away by the bishop, Diego returned to the site asking Our Lady for a sign to prove the authenticity of her message.
She instructed him to gather the Castilian roses that he found blooming on the hillside, despite the fact that it was winter, and present them to the Spanish bishop. Juan Diego filled his cloak – known as a tilma – with the flowers. When he presented them to the bishop, he found that an image of Our Lady was miraculously imprinted upon his tilma.
Nearly 500 years later, Diego’s tilma with the miraculous image is preserved in the Basilica of Our Lady of Guadalupe and visited by millions of pilgrims each year.
Our Lady of Guadalupe is a “mother of a fertile and generous land in which all, in one way or another, can find ourselves playing a leading role in the construction of the Holy Temple of the family of God,” Francis said.
(Mary Cottingham contributed to this article.)
El Papa Francisco presidió este miércoles 12 de diciembre la Misa con motivo de la Fiesta de la Virgen de Guadalupe en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
En su homilía, el Santo Padre se refirió a María como una “escuela” en la que los fieles aprenden a “caminar” hacia el Reino de Dios y a cantar las maravillas del “Señor.”
En concreto, destacó que la Virgen de Guadalupe es latinoamericana, y, como tal, es “madre de una tierra fecunda y generosa en la que todos, de una u otra manera, nos podemos encontrar desempeñando un papel protagónico en la construcción del Templo santo de la familia de Dios.”
A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco:
“Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora” (Lc 1,46-48). Así comienza el canto del Magníficat y, a través de él, María se vuelve la primera “pedagoga del evangelio» (CELAM, Puebla, 290): nos recuerda las promesas hechas a nuestros padres y nos invita a cantar la misericordia del Señor
María nos enseña que, en el arte de la misión y de la esperanza, no son necesarias tantas palabras ni programas, su método es muy simple: caminó y cantó.
CAMINÓ
Así nos la presenta el evangelio después del anuncio del Ángel. Presurosa —pero no ansiosa— caminó hacia la casa de Isabel para acompañarla en la última etapa del embarazo; presurosa caminó hacia Jesús cuando faltó vino en la boda; y ya con los cabellos grises por el pasar de los años, caminó hasta el Gólgota para estar al pie de la cruz: en ese umbral de oscuridad y dolor, no se borró ni se fue, caminó para estar allí.
Caminó al Tepeyac para acompañar a Juan Diego y sigue caminando el Continente cuando, por medio de una imagen o estampita, de una vela o de una medalla, de un rosario o Ave María, entra en una casa, en la celda de una cárcel, en la sala de un hospital, en un asilo de ancianos, en una escuela, en una clínica de rehabilitación ... para decir: “¿No estoy aquí yo, que soy tu madre?” (Nican Mopohua, 119).
En la escuela de María aprendemos a caminar el barrio y la ciudad no con zapatillas de soluciones mágicas, respuestas instantáneas y efectos inmediatos; no a fuerza de promesas fantásticas de un seudo-progreso que, poco a poco, lo único que logra es usurpar identidades culturales y familiares, y vaciar de ese tejido vital que ha sostenido a nuestros pueblos, y esto con la intención pretenciosa de establecer un pensamiento único y uniforme.
En la escuela de María aprendemos a caminar la ciudad y nos nutrimos el corazón con la riqueza multicultural que habita el Continente; cuando somos capaces de escuchar ese corazón recóndito que palpita en nuestros pueblos y que custodia —como un fueguito bajo aparentes cenizas— el sentido de Dios y de su trascendencia, la sacralidad de la vida, el respeto por la creación, los lazos de la solidaridad, la alegría del arte del buen vivir y la capacidad de ser feliz y hacer fiesta sin condiciones.
Y CANTÓ
María camina llevando la alegría de quien canta las maravillas que Dios ha hecho con la pequeñez de su servidora. A su paso, como buena Madre, suscita el canto dando voz a tantos que de una u otra forma sentían que no podían cantar. Le da la palabra a Juan —que salta en el seno de su madre—, le da la palabra a Isabel —que comienza a bendecir —, al anciano Simeón —y lo hace profetizar—, enseña al Verbo a balbucear sus primeras palabras.
En la escuela de María aprendemos que su vida está marcada no por el protagonismo sino por la capacidad de hacer que los otros sean protagonistas. Brinda coraje, enseña a hablar y sobre todo anima a vivir la audacia de la fe y la esperanza. De esta manera ella se vuelve trasparencia del rostro del Señor que muestra su poder invitando a participar y convoca en la construcción de su templo vivo.
Así lo hizo con el indiecito Juan Diego y con tantos otros a quienes, sacando del anonimato, les dio voz, hizo conocer su rostro e historia y los hizo protagonistas de esta, nuestra historia de salvación. El Señor no busca el aplauso egoísta o la admiración mundana. Su gloria está en hacer a sus hijos protagonistas de la creación. Con corazón de madre, ella busca levantar y dignificar a todos aquellos que, por distintas razones y circunstancias, fueron inmersos en el abandono y el olvido.
En la escuela de María aprendemos el protagonismo que no necesita humillar, maltratar, desprestigiar o burlarse de los otros para sentirse valioso o importante; que no recurre a la violencia física o psicológica para sentirse seguro o protegido.
Es el protagonismo que no le tiene miedo a la ternura y la caricia, y que sabe que su mejor rostro es el servicio. En su escuela aprendemos auténtico protagonismo, dignificar a todo el que está caído y hacerlo con la fuerza omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su promesa de misericordia.
En María, el Señor desmiente la tentación de dar el protagonismo a la fuerza de la intimidación y del poder, al grito del más fuerte o del hacerse valer en base a la mentira y a la manipulación. Con María, el Señor custodia a los creyentes para que no se les endurezca el corazón y puedan conocer constantemente la renovada y renovadora fuerza de la solidaridad, capaz de escuchar el latir de Dios en el corazón de los hombres y mujeres de nuestros pueblos.
María, “pedagoga del evangelio,” caminó y cantó nuestro Continente y, así, la Guadalupana no es solamente recordada como indígena, española, hispana o afroamericana. Simplemente es latinoamericana: Madre de una tierra fecunda y generosa en la que todos, de una u otra manera, nos podemos encontrar desempeñando un papel protagónico en la construcción del Templo santo de la familia de Dios.
Hijo y hermano latinoamericano, sin miedo, canta y camina como lo hizo tu Madre.