Si alguna vez ha jugado a los bolos (boliche), es posible que haya observado que los niños pequeños siempre pueden tirar los bolos e incluso lograr puntos o sorpresivamente hacer chusa. Por supuesto, cuentan con la ayuda de los parachoques a cada lado del carril para evitar que su bola caiga en las cunetas. Ver su bola de boliche moverse lentamente de un lado al otro de los parachoques y luego derribar suavemente todos los bolos, te deja con la boca abierta, resulta asombroso, pero también un poco humillante.
Algo de esto sucede en la interacción entre la fe y las obras. La relación entre ellas es bastante fascinante e incluso ha sido motivo de gran tensión entre católicos y protestantes. Cada uno de nosotros, en diferentes momentos de nuestra vida espiritual, nos hemos desviado y caído en una cloaca, de todos modos; “todo es Gracia/ porque una vez salvo, siempre te quedas salvo” eso por un lado y por otro como dice San Pablo “…obrad para vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). En su Carta a los Efesios 2: 8-10, San Pablo puede ayudarnos a comprender la relación entre la fe y las obras y evitar que caigamos en cualquiera de las dos ‘cunetas de la herejía’.
San Pablo dice: “Porque habéis sido salvados gratuitamente por medio de la fe; y esto no viene de vosotros: es don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe…” (Efesios 2:8-9). Primero, debemos entender que la Gracia inicial de salvación/justificación que recibimos en el momento de nuestro bautismo es un don absoluto gratuito de Dios. No es por algo que poseamos o que hayamos hecho para merecerlo. No es por buena apariencia, grandes talentos, buenas obras, o una mente brillante, o una carrera exitosa, etc., nada de eso ha merecido la gracia de la salvación que nos hace agradables a los ojos de Dios.
San Agustín entendió que Dios vino a salvarnos porque no vivíamos en Comunión con Él, lo cual es el propósito para lo que fuimos creados. El dice de manera muy penetrante: “Lo que Dios condena, con el último fin de salvar al hombre, son las obras demoniacas que el hombre hace, al elegir por su libre albedrío separarse de su Hacedor y Creador para volver al mal. Es decir, Dios condena lo que el hombre hace y justifica como si Él (Mismo) lo hubiera hecho”.- Nosotros no podemos obtener nuestra salvación-; esto nos impide confiar demasiado en nosotros mismos y volvernos jactanciosos.
San Pablo continúa: “Pues de Ėl somos hechura, creados (de nuevo) en Cristo Jesús para obras buenas, que Dios preparó de antemano para que las hagamos” (Ef 2,10). Este es el otro lado de la historia. La Gracia inicial de la salvación es -un don completamente gratuito-, con el que empieza en nosotros la vida divina. Ahora somos sarmientos injertados a la Vid (Cristo) por el Padre. “En esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto, y así seáis mis discípulos” (Jn 15, 8). El fruto que hemos de dar son las buenas obras, o mejor dicho, las obras que se producen a través de una participación en la Gracia que nos ha sido dada. San Agustín, en este sentido, decía: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. En otras palabras, la Gracia que se nos da gratuitamente no es para que permanezca, sino para que crezca. Cuanto más correspondan nuestras acciones/obras a la gracia, más evidente es la “obra de la mano de Dios manifiesta en nosotros”. De hecho, a través de los Dones del Espíritu Santo, es que somos capaces, incluso de realizar acciones divinas. Aquí, se nos recuerda que la ‘Gracia a través de la fe’ no es estática: -la recibimos y flota simplemente hacia el cielo en el cause de un río perezoso, pero también es dinámica y transformadora, lo cual nos permite producir frutos. Una forma concreta de expresar las obras que emanan de la fe, es haciendo obras de misericordia, corporales y espirituales.
Para concluir, Santiago afirma: “Muéstrame tu (pretendida) fe sin las obras, y yo por mis obras te mostraré mi fe” (2,18). La fe y las obras conviven en armonía. Hay un viejo dicho: “Ora como si todo dependiera de ti y actúa como si todo dependiera de Dios”. Si ponemos eso en práctica, definitivamente podremos navegar por el camino de la ortodoxia donde la fe y las obras se entrelazan maravillosamente.