"a menos de que creamos y veamos a Jesús presente en el pan eucarístico, no podremos verlo en el angustioso disfraz de los pobres.”
~ Saint Teresa of Calcutta
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles para que podamos convertirnos en Corpus Christi, el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, quien es la fuente y la cumbre de nuestra fe.
La Eucaristía, aunque la recibimos como un don, nace en la fe y se hace visible y tangible como sacramento de la presencia de Dios en el mundo de hoy. Es el sacramento del Amor que conmemora el amor perfecto de Jesús en la Cruz. Continúa asegurándonos que el amor de Dios es misericordia. Es el sacramento de la Unidad que edifica la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo. San Pablo escribe: “Puesto que el pan es uno, nosotros, que somos muchos, somos un solo cuerpo, pues todos compartimos el mismo pan” (1 Corintios 10:17). Él es nuestra comunión con Dios y con los demás.
Hay otro aspecto de la Eucaristía que debemos reconocer y desarrollar en nosotros mismos, en nuestras familias y comunidades. El Capítulo 15 del Evangelio de San Juan me guía en este comentario. Todo el capítulo trata sobre nuestra relación con el origen de la vida de Dios en nosotros, utilizando la metáfora de la vid y los sarmientos. Los animo a que se pongan de frente a esta poderosa y reveladora ilustración que explica cómo Dios vive en nosotros.
El versículo 16 de este importante pasaje es vital para nuestra autocomprensión. Jesús nos habla en términos fuertes e incomparables. Primero nos dice que nos ha elegido. No lo elegimos a él. Nosotros no somos la causa de nuestra fe, Él lo es. Y Aquel que nos ha escogido nos ha designado nos ha encargado que hagamos algo por Él —que demos fruto. El fruto que Jesús quiere que llevemos a la vida se encuentra en el versículo 17 del mismo capítulo.
“Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como Yo los he amado” (Juan 15:17). Hay demasiado odio y división a nuestro alrededor. Jesús quiere que demos su fruto, que es amor, misericordia, paz y unidad. ¿Podemos hacerlo? ¿Podemos? Mediante la Eucaristía que es el principio de esta actitud porque es la presencia verdadera de Jesús que ya lo ha hecho por nosotros. La Eucaristía es su fuerza fluyendo a través de toda nuestra persona.
Santa Teresa de Calcuta (Madre Teresa) dijo a sus hermanas que trabajaban en los barrios marginales para buscar a Jesús en los pobres y afirmó que a menos de que creamos y veamos a Jesús presente en el pan eucarístico, no podremos verlo en el angustioso disfraz de los pobres.”
Con la gracia de Dios, abriendo nuestros ojos y corazones a una nueva fe en su presencia en la Eucaristía, obtendremos la fuerza y la sabiduría para cumplir nuestra misión de dar fruto cada día, en cada circunstancia y en todo momento.