Durante el año litúrgico, pasamos por temporadas especiales: Adviento, Navidad, Cuaresma, Semana Santa con la Pasión del Señor. Su muerte y su resurrección, después, la temporada de Pascua que concluye con el domingo de Pentecostés. Estas temporadas y fiestas litúrgicas tienen el propósito de ayudarnos a vivir los eventos principales de la vida de Jesús, de su historia, desde su nacimiento hasta su muerte, su resurrección y su ascensión a los cielos.
Sin embargo, la mayor parte del año, e inclusive en este momento, estamos pasando por lo que llamamos “Tiempo Ordinario”, el cual puede parecer un tiempo en el que simplemente no ocurre nada especial. Cuando decimos “ordinario”, generalmente no queremos decir nada inusual o nuevo. Pero en la fe ese no es el caso. El Tiempo Ordinario en la liturgia de la Iglesia, significa que estamos invitados a vivir la vida misma de Jesús en nuestra vida diaria: a llevar su vida a nuestros hogares, escuelas, campos deportivos y lugares de trabajo.
El primer domingo después de Pentecostés celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. El domingo de la Trinidad es un día que nos concede la Iglesia para recordar ese gran misterio y revelación de la naturaleza de Dios: que Dios es amor, un solo Dios en tres personas divinas, unidas en el vínculo del amor. Dios nos creó a su imagen y semejanza para vivir en una comunión de amor entre nosotros. Dios nos invita a vivir como El, a amar sin excepción alguna.
Podríamos pensar que este es un llamado imposible de realizar, pero San Pablo nos dice en su carta a los romanos: “El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones a través del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Romanos 5: 5). Somos capaces de este sacrificio de amor porque hemos recibido el Espíritu de Amor y porque Jesús nos ha dado el ejemplo. Por lo tanto, los invito a todos a ser los primeros en amar, amar a todos, a los que nos gustan y a los que no nos gustan. Invocando la gracia de Dios, podremos amar incluso a nuestros enemigos.
Esto es lo que Jesús nos enseñó. Esta es la vida de las tres personas de la Santísima Trinidad. Este es el ADN de Dios y ha sido colocado en cada uno de nosotros.
¡Imagina cómo serían nuestras familias y nuestras comunidades si tratáramos de vivir de esta manera! Si permitiéramos que la vida de la Trinidad reinara entre nosotros, todo cambiaría y se establecería la paz.
¿Es esto un sueño? Sí, pero cuando Dios envió a su Hijo al mundo, Él nos enseñó cómo alcanzar la paz al dar su vida por toda la gente. Jesús vino a enseñarnos la ley del cielo: el Amor. Decidámonos a afirmar la dignidad humana a través del amor. De esta manera, podremos captar lo que significa ser el “deleite” de Dios. De esta manera, podremos lograr que los meses del Tiempo Ordinario sean en verdad, los más extraordinarios.