El Verbo se hizo carne. Este misterio central de nuestra fe es proclamado en el prólogo del Evangelio de San Juan. También es el gran misterio que celebramos cada Navidad. Dios se hizo hombre. Dios vino a nosotros en carne humana. La Palabra es la persona de Jesucristo. Conocer la Palabra es conocer a Dios. Es en el encuentro con la palabra que conocemos a la persona de Jesús.
Recientemente celebramos la fiesta de Pentecostés. El Espíritu Santo ha sido dado a toda la Iglesia y a cada persona a través de los sacramentos del Bautismo y la Confirmación. Jesús nos dijo en el Evangelio de Juan, capítulo 14, que el Espíritu nos enseñará y nos recordará todo lo que El dijo. Según el Rito de la Confirmación, Él es la luz que nos guía, nuestro ayudante y guía.
¿Qué significa todo esto para nosotros en nuestra vida diaria? Las verdades de nuestra fe son verdad, porque ellas pueden vivirse o impactar nuestra vida diaria. Dios está cerca de nosotros, está presente en nosotros, vive en nosotros a través de Su palabra. Encontramos a Jesús de muchas maneras: está presente en la Eucaristía; El vive dentro de nosotros, y también en aquellos que encontramos a nuestro paso “cuanto hiciste a uno solo al más pequeño de estos mis hermanos, a Mi me lo hiciste” (Mt 25, 40), y Él vive en su palabra. No somos gente de “Libro”. Somos gente de la Palabra viva. Según la Carta a los Hebreos, capítulo 4, una palabra viva y activa puede atravesar cualquier falsedad o cualquier error en nuestra vida.
Nuestra tradición está llena de bellos ejemplos de los santos quienes nutrieron su fe a través del estudio de las Escrituras, la oración y la meditación en la Palabra de Dios. Reunieron tesoros en sus corazones que a su vez se desbordaron en todos los aspectos de su vida. Sus vidas se transformaron. Experimentaron lo que escribió San Pablo, “y ya no vivo yo, sino que en mi vive Cristo. Y si ahora vivo en la carne, vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20). No soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí.
Yo también trato de orientar mi vida hacia el Evangelio de Jesús. Lo hago poniendo en práctica una frase del Evangelio durante un mes. Para mí, esta práctica comenzó alrededor de 1977. Quiero compartir con ustedes una de mis primeras experiencias de vivir la Palabra de Dios.
Estaba preparando una presentación en mi parroquia sobre cómo vivir el Evangelio. La frase en la que quería centrarme esa noche era haber amado a los suyos, “los amó hasta el fin” (Jn 13, 1). En mis preparativos finales para la reunión parroquial, estaba en la iglesia. Una señora se acercó y simplemente pidió el boletín del domingo pasado. Le indiqué dónde podía encontrarlo señalando las entradas de la iglesia, la sacristía, etc. Fue y buscó un boletín pero no pudo encontrarlo. Estaba muy ocupado en ese momento, pero mirando hacia arriba, vi un letrero con la frase “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el final”, esto me motivó y conmovió a ayudar más a la dama.
Interrumpí mis actividades y fui a ayudarla a buscar el boletín en otros lugares, pero no pudimos encontrar uno. La dama pareció satisfecha de que no se pudiera encontrar ningún boletín. Cuando ella comenzó a irse, eché otro vistazo al letrero: “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el final”, y me di cuenta de que no estaba viviendo las palabras del Evangelio por completo, porque sabía que había un boletín en la oficina parroquial. Dentro de mí, sentí que hasta que ella tuviera un boletín en la mano, yo no había amado como Jesús me ama. Llamé a la dama. Fuimos juntos a la oficina y recuperamos un boletín, por lo que ella quedó muy agradecida.
He meditado sobre ese momento muchas veces en mi vida como sacerdote y ahora como obispo. Reflexiono sobre cómo debo vivir “El los amó hasta el final” en momentos sencillos, pero también en situaciones muy exigentes en mi ministerio como obispo. Esas palabras de Jesús han quedado grabadas en mi alma. Agradezco a Dios por permitirme encontrarme con Él en un nivel más profundo en Su palabra, especialmente en el Evangelio.