Quisiera desearles una muy bendecida y Santa estación de Adviento y Navidad a todos los lectores y a sus familias. Estoy particularmente impresionado por las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses I, en la segunda lectura del primer Domingo de Adviento; “Que el Señor incremente en abundancia, el amor del uno por el otro y para todos sus semejantes, de la misma manera en que nosotros lo hemos hecho por cada uno de ustedes, así como que fortalezca sus corazones, para que estén sin mancha y en santidad ante Dios Padre en la venida de Nuestro Señor Jesús con todos sus santos.” Para muchos, la Navidad, ha sido tradicionalmente un tiempo para pasarla en familia y con amigos, y estas palabras quizás pasen por nuestros oídos sin penetrar verdaderamente en nuestros corazones. La verdad es que muchas personas no experimentan buenas relaciones en la familia, mas aún han experimentado rupturas familiares y heridas emocionales durante el año pasado.
El amor es una parte esencial de la preparación para la venida de Jesucristo, pero nuestra cultura ha distorcionado el significado y la practica del amor. La lectura de los Filipences, en el Segundo Domingo de Adviento, clarifica este amor que fortalece nuestros corazones. “Y ésta es mi oración: que su amor aumente cada ves mas y más, en conocimiento y en toda clase de percepción, para discernir lo que es de valor…” Mientras el Adviento continúa, Dios se nos revela en su profundidad, al mismo tiempo que en la simplicidad de su amor. No es un sentimiento que pasa, sino mas bien un lente a través del cual podemos mirar y obtener un nuevo conocimiento y fortaleza de corazón. Hemos sido llamados a mirarnos el uno al otro con nuevos ojos, los ojos de Cristo.
Quizás no ha deseado mucho que se llegue esta temporada de la Navidad, a causa de esas dificultades familiares, o quizás la pérdida de un ser querido. Quizás la temporada te ha tensionado por tantas preparaciones extras que tienes que hacer, compras y expectaciones que tu mismo te has propuesto cumplir. Cuando vemos todo esto a través de los ojos de Cristo, los ojos del amor, las obligaciones no se ven mas como molestias, por el contrario, estamos felices de hacer los sacrificios necesarios por el bien de nuestros vecinos, simplemente porque ellos son hijos de Dios y amarlos a ellos es amar a Cristo.
Simplemente la acción diaria de cuanto hacemos, puede ser algo que le ofrecemos a Dios. La rutina puede ser algo extraordinario si está hecha con gran amor. Cada carga de lavandería, las bolsas de comida, o la hora de trabajo nos puede acercar a Jesucristo, si recordamos nuestra última meta de unidad con Él.
Esta Navidad nos da la oportunidad perfecta de contemplar el rostro mas adorable el del Niño Jesús, para prometerle fortaleza de corazón, por el gran amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Es mi oración para cada uno de ustedes, que esta temporada de Navidad, la alegría y la esperanza renovada de la celebración del Verbo hecho carne habite entre nosotros. Espero que experimenten el amor de Cristo de una manera nueva y poderosa y que su corazón se fortalezca en ese amor. Que Dios les bendiga a todas ustedes y a sus familias.