by Obispo Bishop Michael Mulvey, South Texas Catholic
Mis hermanas y hermanos,
En esta época del año, es muy fácil quedarse atrapado en los múltiples preparativos para la celebración de la Navidad. Bien sea que se ponga atención en los arreglos de casa para recibir a familiares y amigos, asegurándose de que todas las decoraciones estén en su lugar o de tomar en cuenta los ingredientes necesarios para la preparación de la gran comida. El que hacer se acentúa a medida que se acerca la Natividad de nuestro Señor.
Por otra parte, está la tarea, a veces abrumadora, de elegir regalos para cada uno de nuestros seres queridos. Hagamos algo diferente, este año, con respecto a la tradición de dar regalos. Podemos centrarnos en ser mejores administradores y abordar la entrega de obsequios de una manera nueva y más inspirada. En medio de la agitación y la actividad incesante, de preparativos y fiestas, busquemos primero, un momento de tranquilidad para reconocer los dones que Dios nos ha dado, cómo los hemos usado y cómo estos dones especiales pueden servir a los demás. Antes de dar nuestros dones, reflexionemos sobre lo que es necesario para ser un buen anfitrión y administrador.
El verdadero sentido del administrador, del dar y compartir, comienza al conducirnos hacia el primero y más importante regalo de todos; el regalo que Dios nos da, al enviar a su Hijo al mundo. Sin esa clara orientación por parte del administrador la ocasión no tiene sentido, no existe.
El regalo que Dios nos hace al darnos a su único Hijo, es el modelo de servicio que estamos llamados a emular. Dios nos ha dado todo a través de su Hijo, Jesucristo.
Cuando modelamos nuestro dar, nuestra entrega en base al ‘Regalo Supremo’, ¿qué es lo que estamos ofreciendo exactamente? Si el fruto de nuestro dar conduce e inspira paz, estamos siendo buenos administradores de nuestros dones. Por ejemplo, ofrecer el regalo del perdón para poner fin a un antiguo desacuerdo con alguien, podría ser el bálsamo que traiga curación a una vieja herida. Considerar prestar ayuda desinteresada, en un acto de caridad que implique donación de tiempo voluntario para asistir a alguien en extrema necesidad. O simplemente, estar disponible para un amigo o ser querido que se siente agobiado y necesita expresar sus emociones a un oyente cariñoso y comprensivo.
Dar este tipo de regalos fortalece nuestro espíritu de servicio y nos permite la gracia de expresar y experimentar verdaderamente quiénes somos en realidad. Aunque no nos demos cuenta, al actuar así, estamos siendo ese hermoso reflejo de Dios que se ofrece a sí mismo como el regalo supremo a través del nacimiento de Jesús. Cuando tomamos el tiempo pare absorber realmente, en cómo estamos imitando la forma de dar de Dios, vemos que la administración de los dones no es precisamente algo que va del bolsillo al plato, sino que más bien, se trata de ser quienes somos y ofrecernos en servicio a Dios y a su pueblo.
Dios se da a sí mismo a través de la encarnación de Jesús, y nosotros debemos aspirar a dar con esa profundidad, cuando compartimos o entregamos nuestros dones a los demás.
Ser un buen administrador, es nuestra verdad. No es una cuestión de elección. Si somos a la imagen de Dios, somos administradores. Presento esto como un llamado a la autorrealización. Para ser auto-realizados como Cristianos Católicos, debemos responder al llamado de la corresponsabilidad. La administración no es un punto de negociación. Es intencional y sin condiciones.
La corresponsabilidad administrativa le da sentido a la Navidad. Dios nos dio a su único Hijo, y su Hijo es la encarnación de la paz, el regalo supremo. Jesús nos llama a compartir esa paz con los demás, incluso frente a un mundo violento y fracturado, plagado de división y odio.
Esto solo puede suceder cuando examinamos primero, nuestra propia administración de servicio y cómo el Espíritu Santo nos motiva a una comprensión más profunda de entrega de nuestros dones en términos de tiempo, talento y tesoro y de cómo estos dones, pueden traer paz a aquellos, quienes nos rodean.