En la década de 1950, un pastor joven y entusiasta fue invitado a hacer una peregrinación a Roma, pero primero necesitaba obtener el permiso de su Obispo. Rápidamente se sentó y escribió una carta muy larga - en latín, por supuesto - sobre todas las ventajas que tendría no solo para él sino también para sus feligreses, el hacer ese viaje. Porque las bellezas arquitectónicas y pictóricas del arte religioso que vería, así como las liturgias a las que asistiría, le ayudarían a profundizar su amor por la Iglesia y a fortalecer su sacerdocio, etc... Aproximadamente una semana después, recibió una respuesta del Obispo, y para sorpresa del párroco, contenía solo una palabra, de hecho, solo una letra: “I” (en latín significa “¡Ve!”, en otras palabras, es un mandato para que la persona “¡vaya!”).
Hay algo similar en el breve rito de conclusión de la Misa: Ite missa est. “Adelante, la Misa ha terminado”. Es un mandato para todos nosotros, no es una sugerencia. Estamos encargados de salir al mundo para proclamar con nuestra forma de vida lo que creemos, celebramos y recibimos. El término “Misa”, de hecho, se deriva de la fórmula latina eclesiástica para la despedida de la congregación: Ite, missa est (“Ve, que es al mismo tiempo que te despido, un te envío”). En Sacramentum caritatis, el Papa emérito Benedicto XVI expresó muy perfectamente el vínculo entre la Eucaristía y la misión:
El amor que celebramos en el sacramento [de la Eucaristía] no es solo algo que podemos guardar para nosotros. Por su misma naturaleza, exige ser compartido con todos… La Eucaristía no es sólo fuente y cumbre de la vida de la Iglesia, sino también de su misión… También debemos saber decir con convicción a nuestros hermanos y hermanas: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que tengáis comunión con nosotros» (Primera carta Juan1- 3). En verdad, nada hay más hermoso que conocer a Cristo y darlo a conocer a los demás (84).
Jesús nos proporciona instrucciones en sus palabras de despedida en el Monte de la Ascensión: “¡Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura!” Esto se llama tradicionalmente la Gran Comisión porque Jesús no solo nos envía solos, sino que está con nosotros (con-misión); “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos” (Mateo. 28,20). Quiere decir, evangelizamos con Cristo.
Sin embargo, cuando consideramos la relación esencial entre Eucaristía y misión, ocurre algo más profundo. Jesús no sólo está con nosotros, sino que, puesto que Él vive en nosotros a través de la Sagrada Comunión, en realidad estamos llamados a evangelizar en Jesucristo, es decir, en al Espíritu del mismo Cristo Jesús. Porque Él dice: “Como me envió el Padre, así os envío yo… Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20, 21-22). San Pablo lo expresa así: “El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él” (1 Corintios 6, 17).
Esto ayuda a dar sentido a lo que Jesús dice a continuación en relación con la Gran Comisión: “Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; mas quien no creyere, será condenado” (Marcos 16,16). Los que aceptan el anuncio se sumergen en la vida de la Trinidad y los que no dan el paso, quedan fuera.
Las últimas palabras de Jesús registradas en el Evangelio de San Marcos forman la conclusión de la Gran Comisión y revelan las diversas señales que acompañarán a aquellos que creen y proclaman el Evangelio. Aquí, las cosas se ponen un poco ‘carismáticas’. “En mi nombre expulsarán demonios; hablarán en nuevas lenguas; recogerán serpientes, y si bebieren algo mortífero, no les hará daño alguno; sobre los enfermos pondrán sus manos, y los sanarán” (16:17-18). Estos dones del Espíritu estaban presentes para dar crédito a la proclamación del Evangelio. Jesús mismo realizó muchos de estos milagros, como señales a través de las cuales también nos dice a nosotros, sus discípulos: “En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también hará las obras que Yo hago; y aún mayores, porque yo voy al Padre” (Juan 14,12). Por lo tanto, debemos esperar que tales señales nos acompañen, pero esto sigue siendo a discreción del Espíritu.
La Gran Comisión y la despedida Eucarística nos envían en el espíritu de Cristo a evangelizar. San Pablo afirma con gran claridad qué es la evangelización en Cristo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2,20).
Entonces, “¡Id por el mundo entero y proclamad el Evangelio!”