by Padre José Angel Salazar y Gloria Romero, Contribuyentes
El encuentro con el amo Jesucristo en la Eucaristía nos llama a caminar en la Luz, a renovar nuestro andar por un camino nuevo. Cada domingo, y cada Misa nos da esa oportunidad de encontrarnos con El en la Eucaristía. Lo veo como una continua invitación a un cambio, de donde surge la intención de encontrarnos con El y desear ese encuentro, todos los días de nuestra vida.
Ese deseo de evolución espiritual y personal, debe enraizarse en los profundos misterios que vivimos en la Santa Misa.
Es verdad que muchas veces se queda en nosotros ese sabor de lo sagrado, pero muchas otras, como que lo dejamos en el Sagrario del templo. Creo que eso sucede porque pensamos en un Dios alejado de nosotros. No capturamos ni comprendemos el sacrificio de Cristo; ni tomamos en cuenta nuestros propios sacrificios que en nuestra humanidad, semejante a Cristo le ofrecemos al Padre.
En la Eucaristía nos unimos a Cristo, y más aun, podemos ofrecer nuestras vidas y todo lo que hacemos en amor, durante la semana con el sacrificio de Jesucristo.
Con esto en mente, quiero referirme a una experiencia y preocupación continua que muchos padres y abuelos me mencionan afligidos porque sus hijos se aburren en la misa y les da pereza asistir a ella. Esto pasa porque a veces nos quedamos en la rutina y nos hemos reducido al simple hecho de “ir a Misa” como a darle a Dios una hora de nuestra vida. Se nos ha olvidado acercarnos con la anticipación y misterio maravilloso del encuentro con Cristo.
Es como cuando los enamorados se casan y dejan de tener interés en el misterio que se encuentra tanto en uno como en el otro, se quedan en la rutina del matrimonio como si fuera un negocio. Si en las relaciones humanas necesitamos invertir tiempo para formar lazos de amor y confianza más aun, en nuestra relación con Dios.
Sí, la comunión, que tanto deseamos, está formada no porque entramos a un templo, sino porque estamos viviendo, como dice San Pablo “en Jesucristo”. Y esta unión viene del reconocimiento de que mi vida es sagrada y forma parte de la salvación del mundo, la comprensión adquiere otro nivel espiritual, una conciencia mayor y un nuevo camino.
Por nuestro Bautismo somos un sacramento; testimonio de la presencia de Jesucristo en el mundo. Si “estoy en Cristo”, en comunión con Él por la Eucaristía, cada domingo, mi vida, nuestras vidas, son parte de la ofrenda que le presento a Dios en la Eucaristía cada ocho días.
La palabra eucaristía en griego quiere decir “dando gracias” y en el contexto de la oración de los judíos, es: “dando gracias a Dios”.
Llegar ante el altar con una actitud agradecida hace la diferencia.
Meditando en la cultura en que vivimos, me doy cuenta de que hay que tomar tiempo para reflexionar sobre todo lo que tenemos y dar gracias a Dios, a nuestros familiares y a todo… No podemos perder de vista que hay billones de personas que viven en pobreza en guerras y en hambre. Nuestro mundo está pasando por un momento histórico en que ya no miramos a los cielos para contemplar las maravillas de Dios, sino que vemos las pantallas del los televisores, celulares o computadoras y esperamos a que alguien nos diga lo que es maravilloso. En otras ocasiones, miramos los lujos del mundo o de personas que admiramos por su poder, riqueza o fama, y nos quedamos pensando que somos pobres— que nos falta mucho y se nos olvida dar gracias por “el pan de cada día” con que Dios nos bendice.
Nos olvidamos de las bendiciones que Dios nos da y nos sentimos abandonados, víctimas de una pobreza que no es real, pero por sentirnos así, no tenemos ni deseo ni energía para asistir a otros. Siempre habrá alguien que tiene más, y la avaricia nos deja ciegos al servicio. Sí, ciegos a esas obras que son necesarias para vivir en gratitud por todo lo que Dios nos ha dado. ¡Vivimos en un mundo de acumulación y materialismo; y un consumismo que tiene el propósito de hacernos sentir que lo que tenemos no es suficiente! ¡Siempre nos falta algo— apoyando la obsesión de Adán y Eva en que teniéndolo todo, no les fue suficiente— y el engaño sigue; necesitamos más—y lo necesitábamos ayer!
Ésta avaricia del pecado original es la lucha de nuestras vidas, y la razón por la cual no existimos en el gozo y la paz del Espíritu Santo. ¡Experimentamos la locura de la insatisfacción! Un vacío que nos consume la mente y el espíritu y nos llena de ingratitud. Entregarnos a la reflexión, meditar en el silencio y la oración son disciplinas muy necesarias para construir en nuestra vida interior, ese santuario donde podremos experimentar una comunión cotidiana con Dios.
Sí, somos pecadores, pero también somos hijos e hijas de Dios, quien ha manifestado Su gracia en nuestras vidas.
Un camino para llegar a una profunda comunión con Dios es prepararnos para dejar ir nuestros pecados y recibir el perdón de Dios. Ya en esa libertad, ofrecer en amor los sacrificios de la semana que unidos al sacrificio perfecto de Cristo celebramos en cada Eucaristía.
De ahí brota una vida nueva y podremos iniciar nuestra semana llenos de gratitud y gracia para poder amar y servir a Jesucristo, el amo de nuestras vidas.